sábado, 7 de julio de 2007

Soweto

Soweto

El recorrido de hoy por el Museo del Apartheid me recordó el que hace varios años me llenó de emoción en Auschwitz. Otro museo del horror generado por la arrogancia de un grupo frente a otros. Se podría hacer un larga lista de situaciones similares a lo largo de la historia. Los holandeses llegan a la costa del sur de África, después desembarcan los ingleses: guerra entre ambos que termina con la victoria inglesa -en sus campos de concentración mueren más de 26000 personas contando sólo a mujeres y niños- y la emigración holandesa hacia el interior. Así aparecen los boers, granjeros en las tierras de la población indígena. Y así comienza lo que se llamará políticamente apartheid system. Así de simple. Y entre su nacimiento y su desaparición con el gobierno de De Klerk y la liberación de Mandela más del sesenta por ciento de la población sudafricana fue explotada, arrinconada en los homelands, marginada, torturada y asesinada.


Los rostros de estos hombres y mujeres que lucharon porque su dignidad saliera a la luz y fuera reconocida como la de cualquier ser humano se suceden en las fotografías, los vídeos, los recortes de prensa de este museo y continúan en el dedicado a Héctor Pieterson. La imagen del adolescente de trece años muerto por los disparos de la policía se depositó en un hueco de mi cerebro junto al retrato de otra adolescente realizado en el momento de ser fichada al entrar en el campo de concentración de Auschwitz; junto a sus ojos grandes, oscuros, llenos de una mezcla de perplejidad, temor y tristeza y el traje a rayas sobre el que figuraba el número que sustituiría su nombre a partir de ese momento.
No son los únicos, sólo hay que abrir las páginas de un periódico para saberlo, y añadir aquellos que por no estar de actualidad para occidente ni siquiera aparecen en la prensa.


Hoy, en Soweto, queda una fila de casas adosadas que sirvieron como hospedaje cuando la necesidad de trabajadores negros aumentó, hay casas de clase media y prefabricados con las calles de tierra; también una Casa de Mandela donde se puede pagar con tarjeta de crédito tanto la entrada como los recuerdos (gorras, collares, camisetas, postales... etc. etc.) que se venden en la trastienda.

Soweto
No sé por qué me fui con la impresión de que cuando terminara la visita turística la mujer seca, de voz monótona que explicaba el origen de cada objeto, se haría la cena en la cocina de Winnie y Nelson y se acostaría en la cama de la pareja hasta que al día siguiente adecentara de nuevo la vivienda para recibir a los primeros clientes.

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