El tricornio
Mi chico es un autodidacta despistado y en el post de hoy confunde el tridente con el tricornio, lo cual provoca en mí una carcajada que en mi soledad chorrillense sólo escuchan Andy y Curri, mis dos perros. Pienso en corregirle la confusión pero no, que la risa es sana; así que ahí queda el tricornio de Neptuno como un símbolo.
Recuerdo lo nerviosa que me ponía un tricornio hace años, cuando en la época de las manifestaciones pro amnistía me encontraba, en un bar cualquiera, con lo que solía haber debajo del susodicho tricornio tomándose un café. En una ocasión le tuve que pedir a mi padre que nos cambiáramos de sitio; él, que era aún más padre que franquista, accedió rápidamente a pesar de que lo que solía haber debajo del tricornio no sólo no le causaba ningún atisbo de perturbación sino que lo admiraba y agradecía su labor. Y es que mi padre era mucho padre. Un día se enfrentó a un hombre tan conservador como él pero con bastante menos educación porque hizo un comentario sobre la melena que exibía mi hermano, en una época, claro está, en que el pelo largo era síntoma de lo que entonces calificaban como ser un sarasa. Fue hermoso ver su reacción, la de ese hombre con corte de pelo impecable, corbata y sombrero con el que yo compartía un café y una copa de Fundador cuando mi horario de facultad y el suyo de renfero coincidían y yo bajaba coriendo el Paseo del Rey para poder estar unos muinutos con él en la cafetería de la estación de Príncipe Pío.
Mis chavales del instituto no saben lo que es un tricornio; un día les dije que si es que iba a ser necesario que yo entrara en clase con tricornio y se callaron inmediatamente mirándome con cara, no de no entender, que ahora los adolescentes no admiten que ellos no comprendan, sino con la expresión de quien piensa que, efectivamente, esa profe que tienen delante es un tanto extraña.
Hoy en día los tricornios están camuflados. Se han dulcificado para poder operar mejor. Ya no asustan, ahora magnifican los miedos. Ayer les temíamos, hoy quieren que seamos puro pánico. Creo no exagerar al escribir la palabra pánico. La alarma, la sospecha ante lo que hay más allá de las puertas de nuestras casas o de los límites del pueblo cimientan una inseguridad que nos hace más manejables y menos personas. Es inquietante que una mayoría de mis chicos, a esa edad en que deberían comerse el mundo, prefieran la seguridad a la libertad. Así de claro ante una pregunta hecha por mí después de un debate sobre el antagonismo de ambas opciones.
Si al menos el tricornio se convirtiera en un tridente... a lo mejor nos espabilábamos todos.
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