El regalo del miedo
Existe una atracción en el ser humano hacia la inseguridad y el miedo. Al mismo tiempo, otra fuerza tira de nosotros avisándonos de las imprudencias que podemos cometer, del ya no tiene remedio que nos puede esperar al cabo de un tiempo. La lucha entre esos dos estímulos es el día a día, en distinto grado, con diferente fuerza, de cualquier persona. En unos el empuje hacia la inseguridad prima, si no Scott no se habría aventurado por los hielos antárticos abandonando incluso a su mujer y a su hijo recién nacido. En la mayoría prevalece el asesinato del miedo. Matemos al miedo, nos dice, nos decimos. Fomentemos nuestra autodefensa, construyamos un muro que nos aísle del peligro. Razonemos y razonemos para convencernos de que lo útil, la seguridad prima sobre ese velo que desdibuja peligrosamente las imágenes del futuro más cercano. Todo lo que se nos muestra a primera vista nos recomienda el crimen: la muerte del miedo y dejamos para los otros, los héroes de los libros, las personas fuera de lo común, aquellos que vemos como extravagantes, raros la querencia del miedo. Esos seres excepcionales aman la inseguridad, el riesgo hallado en lo que hay de extraordinario en la vida: las grandes hazañas, los actos heroicos, los hitos que pueden cambiar el mundo de un plumazo, es decir los grandes miedos. La gente de a pie no participa de esos riesgos, queda tranquila porque ya hay otros, seres lejanos, que cumplen el papel de vivir el miedo; a la gente común, le corresponde rechazarlo. Y, como sucede tantas veces con lo pequeño, el riesgo personal, el pequeño miedo propio sólo de cada uno, queda arrinconado, se le niega la existencia y no lo encontramos en el espacio de lo cotidiano. Está oculto por todos esos hechos, pensamientos, visiones, palabras que nos rodean, como un muro de salvación que querríamos construir, durante toda nuestra jornada diaria.
Un buen día las líneas de un libro, las palabras de alguien cercano, un momento de silencio en el que somos capaces de escucharnos con atención y honestidad nos lleva a abrir una pequeña rendija por donde entra el miedo. Y ya no se va. Nos quiere, viene cargado de un regalo precioso, la libertad. Y ¿cómo vamos a matar a alguien que nos ofrece un presente tan bello? Es entonces que entramos en el grupo de los pequeños luchadores, los insignificantes actores de una vida sin apenas importancia.
Y ahí estamos, sin posibilidad ni deseo de vuelta atrás, conviviendo con la inseguridad que se convierte en seguridad personal, con la imprudencia que es en realidad camino, con el péndulo sobre nuestras cabezas del “ya no tiene remedio”, nombre del enemigo que necesitamos para mantener el miedo, para que no se nos acabe porque de esa manera siempre estará después de lo último vivido, justo antes del siguiente hito del sendero.
3 comentarios:
Y que no amanezca día sin que encontremos algo que aprender
Felicidades por el blog y por el comentario, me ha gustado mucho:)
Saludos
Muchas gracias, Alba.
A ver si le pongo un poco al día.
Saludos
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