viernes, 27 de febrero de 2009
domingo, 8 de febrero de 2009
Leyendo a Tsvietaieva
A poco que nos descuidemos vivimos sin enterarnos de que vivimos.
Pasan los años y mirando hacia atrás sólo soy capaz de ver en medio de una nebulosa algunos objetos, algunas escenas, algunos rostros desvanecidos apenas destacándose sobre la niebla del pasado. Marina Tsvietaieva dice en su retrato de Natalia Goncharova, de la que un biógrafo afirmaba que “su vida es tan pobre en acontecimientos que ni siquiera sabes cuál mencionar, salvo las fechas de inauguración de sus exposiciones”, que los acontecimientos exteriores a uno mismo en realidad no existen, sólo toman vida cuando se convierten en acontecimientos interiores. Una vida plena, una vida llena de acontecimientos; son expresiones que no tienen relación por si mismas; si esos acontecimientos son exteriores a uno, por grandes que sean objetivamente no sólo no tienen importancia sino que pierden su existencia; la vida es plena cuando los acontecimientos exteriores se han incrustado, asimilado a nuestra vida interior, se han convertido en acontecimientos interiores.
“Confieso que he vivido”. La frase de Neruda me persiguió durante muchos años; yo quería tener esa sensación cuando llegara el momento de la muerte. ¿Acontecimientos externos? No son los viajes los que me permitirán sentir esa plenitud al final de mi existencia, ni las relaciones y amistades rompedoras con el buen criterio social, ni mis años de dedicación a la enseñanza, tampoco las decisiones, a veces algo peculiares, en la educación de mis hijos. Es el camino puramente interior que esos hechos han trazado al incorporarse a mí y plasmarse en la presencia permanente del deseo claro y obstinado de dirigir mi propia vida, en el proceso de creación interna de esa vida.
Hay personas, como Goncharova, que crean obras que traspasan lo íntimo, que salen a la luz y que se convierten en creaciones que a su vez inciden en la vida de los otros como esos acontecimientos externos que, en unos casos serán apropiados por el espectador, el lector o el oyente penetrando en su ser, asimilándose a su intimidad, formando parte de su camino mientras que en otros quedarán simplemente como una bella o interesante anécdota hallada en el trayecto. No soy una persona creadora en ninguna de las artes a las que podemos acercarnos todos, me falta imaginación, tal vez sensibilidad o quizá la capacidad de exteriorizarla, pero cuando me paro y miro hacia atrás, hacia esa nebulosa que envuelve las imágenes del pasado sí me reconozco artífice (en su significado de creador, no de técnico ni constructor) de mi vida interior que a su vez puede reflejarse, poco o mucho, da igual, en lo que puede ser considerado como acontecimiento externo.
Los creadores considerados habitualmente artistas no reciben a las musas cuando amanece o cuando se toman un café después de comer, trabajan para preparar su llegada y para estar bien despiertos en el momento en que éstas atiendan su llamada. En eso nos parecemos nosotros, modestos creadores, en el esfuerzo por ese estar despiertos, atentos a recibir lo que sucede a nuestro alrededor para, en una conversación silenciosa (o no) con nosotros mismos, escuchando lo que nos pide el cuerpo, sintiendo el dolor, el vértigo, el deseo, intentar darle forma al barro, componer la música, trazar las líneas adecuadas para convertir nuestra vida en una pequeña obra de arte. El que lo consigamos o no lo iremos percibiendo día a día, o de vez en cuando, quizá lo sabremos al final, pero no habrá ningún crítico que pueda decidir si el trayecto de nuestra vida ha sido o no una obra de arte. Porque esa creación no se plasma en un objeto, sea libro, partitura o lienzo, sólo lo hará en otras vidas y éstas lo transformaran en un ingrediente de la suya propia o simplemente figurará como un recuerdo, un acontecimiento externo.
Publicado por Victoria Heitzmann a las 20:33 0 comentarios
lunes, 12 de enero de 2009
Adiós, Andy
Andy llegó a casa a sustituir a Katia y a Curri que habían desaparecido y a los que ya no pensábamos poder recuperar.
Hace diez años, estábamos en Dhaka, mi hijo Mario nos escribió contándonos que cuando se había levantado por la mañana los perros se habían ido. Los buscó, avisó a los vecinos... Cinco días después nuestro vecino Ignacio le ofrecía un pastor alemán de ocho meses y de nombre Aussi, aceptamos y Guillermo, desde Cork, enamorado durante mucho tiempo de Andy Warhol, propuso el nombre: “Si es perro Andy, si es perra… Andy también. Andy mola ¿a que sí? Andy, Andy, ven aquí, Andy”. Guillermo le decía a Mario que le fuera proyectando a Andy las películas de Warhol, que seguro fliparía en colores. Quince días después de la desaparición de Katia y Curri, con Mario aún como único habitante de El Chorrillo, Guillermo en Cork y nosotros con Lucía y Quique en Pokhara camino de un trekking por el Annapurna, Andy llegaba a nuestra casa. “Hoy hay una nueva inquilina en El Chorrillo, Andy llegó para cumplir sus próximos años con nosotros. No es Aussi, es una perrita algo más mayor que se llamaba Magui” escribía Mario.
Dos días después Katia y Curri volvían a casa tras una historia de película. Habían entrado en un chalet de un pueblo de la provincia de Toledo, los dueños no se atrevían a salir de casa, llamaron a la policía municipal y finalmente fue un vecino del pueblo el que con sus buenas mañas consiguió sacarles de allí.
Gaza ladra a alguien que pasa por delante de la cancela, Curri dormita al sol. Andy permanece tumbada, acurrucada sobre sus patas inmóviles. Sólo la mitad de su cuerpo parece medianamente vivo. No se puede mover. Le llevo agua y al intentar hacer un hueco entre sus patas para colocar el taper que he llenado momentos antes para ella, esa mitad aún viva de su cuerpo cae bruscamente sobre el suelo. Sólo bebe y bebe. Mañana el veterinario le pondrá una inyección junto al agujero cavado en la parcela y después la instalaremos ahí y la cubriremos, como hicimos con Lola y con Katia. El plátano que plantamos sobre Lola tiene ya un tronco grueso, es alto, sano, su sombra cubre una buena parte de la parcela; el que pusimos sobre la tumba de Katia murió a los pocos días. León debió de morir en alguna de sus escapadas de casa, siempre volvía magullado por los arañazos que se hacía al saltar la valla y un día no regresó.
Adiós, Andy
Publicado por Victoria Heitzmann a las 19:26 9 comentarios
sábado, 13 de diciembre de 2008
Un amigo
Para Conrado
Hace un par de días recuperé a un amigo al que ya consideraba perdido. Un amigo al que, en momentos difíciles, le bastaba una llamada de teléfono para acudir simplemente a cogerme la mano en silencio. Pero no sólo me unía a él esa prontitud para estar a lado del que necesita el calorcito humano de la amistad, también era su conversación, la posibilidad de compartir temas de muy diversa índole, la oportunidad de aprender de su conocimiento, de su experiencia; cómo disfrutaba de aquellas charlas sobre literatura, arte, política, viajes, paseos… sobre todo cine y música (gracias a mi amigo descubrí a Shostakovitch) y, como decía él en una de sus cartas: “hablar de dudas, de inquietudes, de sentimientos encontrados o sin encontrar, de porqués, de por qué no, de realidades aparentes, de realidades posibles, de realidades no posibles, de certezas, de imposibles, de sueños, de vigilias... De uno mismo y del que está enfrente”.
Estoy feliz de volver a encontrarme con un amigo cariñoso, acogedor, tierno y cercano.
Publicado por Victoria Heitzmann a las 18:21 5 comentarios
jueves, 4 de diciembre de 2008
Gomorra
Hace unos días vi Gomorra. Entre los momentos más impactantes de la película uno se grabó en mi ánimo como un sentimiento hiriente que aún ahora no desaparece. Es la escena en que dos jóvenes disparan frenética y compulsivamente en la playa. Dos jóvenes marginados, no ya del mundo acomodado en el que vivimos una parte de los habitantes del planeta, más aún y más dolorosamente marginados de lo sustancial del ser humano. Desgajados de la humanidad dejan transcurrir la vida sin poder acercarse a una mínima conexión entre el razonamiento, el sentimiento, el placer íntimo; sin tiempo para escuchar qué hay dentro de ellos mismos. Llevados a sus actos por una espiral de violencia en la que sólo reina el instinto más primario que busca, por puro instinto, sin que medie un atisbo de deliberación, una pasión, un goce momentáneo que oculte toda la miseria de su existencia. En ningún momento me produjeron una sensación de repulsa. Pasaba de la impresión de lejanía, como quien ve un ser por completo ajeno, al dolor, a la rabia, a la conmiseración. No hay un solo momento de descanso en la historia de estos personajes, su continuo movimiento, incansable hacia un punto que en realidad desconocen, la actividad por la actividad, la vaciedad incluso en la escena más humana cuando uno de ellos baila aparentemente feliz en un chiringuito de la playa en un pequeño descanso entre violencia y violencia y violencia. No pueden escapar, es imposible porque no tienen un contrapeso mínimo de afecto, de inteligencia, de experiencia diferente; eso que viven es lo único que conocen, rayan en la bestialidad, y están solos. Son los únicos personajes de la película que no dejan entrever un ápice de humanidad en su vida. Humanidad en el sentido de pertenencia al género humano; parece que persiguen el poder, el dinero pero éstos no son más que artificios que ocultan la nada de sus vidas.
Un sentimiento hiriente, decía; hiriente porque era la constatación de que hay personas a las que se les ha negado todo. El resto de los hombres, niños o mujeres que aparecen en la película optan en un instante fugaz entre la vida o la muerte, entre la amistad y la seguridad, entre el dominio y la sumisión. Ellos no.
Pocas veces he atravesado la puerta del cine, he salido al ajetreo de las calles, he caminado con una impresión mayor de triste perplejidad.
Publicado por Victoria Heitzmann a las 20:52 0 comentarios
sábado, 15 de noviembre de 2008
¿Dónde están los niños?
A mi compañero de viaje por la vida le llamaban la atención en su último peregrinaje por tierras gallegas y castellanas la ausencia de niños en las plazas de los pueblos por los que pasaba. Para ver niños en las calles hay que asomarse al balcón una tarde noche en el barrio de Lavapiés y disfrutar de un partido de futbol entre seis o siete chavales de distinta raza y procedencia disputándose el balón al fresco de la noche veraniega de una calle cualquiera. Es lo que tenemos más cerca. Si queremos ver más tendremos que viajar a algún país africano, latinoamericano o asiático (y no todos) donde las calles están repletas de niños, hombres y mujeres, música, colores… vida en una palabra. Los nuestros están bajo cobijo delante de la videoconsola, el ordenador o la caja tonta. A mayor nivel de vida más tendencia a la comodidad, más estímulos individuales de los que disfrutar cada uno en su propia habitación, muchas veces ni siquiera en compañía de otros amigos. Sí, también en los parques, los niños más chiquititos o de la mano en fila de a dos acompañados por su maestra saliendo del metro de Embajadores, o a través de los ventanales de un burger celebrando un cumple. Y es que nuestros niños respiran poco aire puro. Están muy cuidados, aparentemente; a modo de ejemplo, en Canadá, en un camino preparado para caminantes de todo tipo y protegido del torrente por una valla, un cartel ordena a los padres que lleven a los niños de la mano. Recuerdo a mi hijo Guille corriendo por la playa de Gijón o pasando el sarampión entre la nieve de Gedrez. O junto a Lucía y Mario cruzando el desierto argelino cuando apenas sabían andar, caminando por Picos de Europa o Pirineos o subiendo a Massada en pleno mes de julio; de ello aún quedan restos en la cabaña de Valdemanco donde Mario y Paula construyen y trabajan aunque nieva o caigan chuzos de punta. Me veo, en fin, de pequeña, a mí y las chicas del barrio jugando en la calle a los alfileres mientras los chicos competían con las chapas disfrazadas de futbolistas. Quizá parece pura nostalgia pero es pura realidad.
Cuzco
Delhi
Kashgar
Publicado por Victoria Heitzmann a las 22:31 2 comentarios
miércoles, 8 de octubre de 2008
Shara
La emoción. El dolor escondido durante años surgiendo con una fuerza brutal en el momento en que éste toma la palabra de forma inesperada; el primer beso sobre unos labios aún fríos por el dolor; la costosa entrada en el mundo de la alegría y la exaltación por medio de la creación: la pintura, la preparación de un festival pleno de colorido tras el aguacero; unos ojos húmedos y una sola lágrima ante el advenimiento de una nueva vida. Esto es Shara, de Naomi Kawase. Esto y el rumor de los árboles mecidos por el viento, el martilleo de una herramienta, el ruido de las calles y el sonido del silencio. La belleza de lo cotidiano por encima de los grandes acontecimientos, del aria Pourquoi me réveiller del Werter de Massenet cantada por Charles Castronovo esta madrugada gracias a las buenas noches de Josep Rumbau en su blog. La belleza que más allá de las caídas de las Bolsas y de las elecciones de Estados Unidos nos llena de vida y nos eleva el ánimo, porque ella es la que realmente llega a nuestro interior, a lo más profundo de nuestra alma.
Publicado por Victoria Heitzmann a las 0:34 0 comentarios